Pages

viernes, 19 de julio de 2013

En un minuto lo entenderas

Vincent era el menor de tres hermanos. Trabajador y atento, podría decirse que se había ganado el cielo. Su madre, Amelia, padecía de una fuerte depresión gatillada por la pérdida de su esposo y el ausentismo de sus otros dos hijos; pero trataba de rehacer su vida entre pastillas y la cuasi-agradable soledad de su casa.
Vincent pasaba 2 ó 3 veces por semana a visitar a su madre, pero cuando repentinamente la salud de ésta empeoró, las visitas se hicieron diarias. Galletitas con leche, panqueques, jugo de frutas o un pollo asado; todos los días el hijo trataba de hacerle la vida más agradable a aquella señora que le había dado a luz, preparándole cosas deliciosas y conversando al lado de la chimenea.
Para el día de su cumpleaños N° 65, Vincent quiso hacerle un regalo muy especial: un relicario con la foto de ambos en su interior. Amelia lo recibió con lágrimas de felicidad, fue quizás lo más lindo que le hayan dado en la vida. Lo miró durante bastante rato, sonriente, y le dejó sobre su cama.
El día siguiente, Vincent fue, como de costumbre, a visitar a su madre después del trabajo. Al llegar, notó un aire extraño; tranquilo, y su madre, estaba notablemente mejor, al parecer tanto física como psicológicamente.
—¡Se te ve bien hoy, mamá!
—Que bueno que lo notes, mi cielo, que bueno que lo notes —dijo Amelia entre sonrisas.
Vincent se aprestó a ir hacia la cocina para empezar a preparar algo, pero su madre lo paró en seco.
—Hijo, guarda tus energías y dedícate a descansar, has dado demasiado por mí…
—Es lo que debo hacer, mamá. Te amo, me nace y me corresponde.
Amelia sonrió y lentamente se dirigió hacia las escaleras, sin despegar la mirada de su hijo. Vincent, extrañado, la siguió.
—Encontré la solución, pequeño mío, para poder descansar y aprovechar al máximo los espacios de mi casa.
Vincent rió —Para eso hubieras contratado a un paisajista, madre.
—No seas ingenuo, hijo… ¿Me amas? ¿De verdad me amas? —la mirada de Amelia pasó de una sonrisa cálida a una mueca eufórica. Vincent se incomodó un tanto, pero no se distrajo mucho por eso.
—¡Sí te amo, mamá! ¡Y mucho! No me gustaría que te pasara algo, y por eso estoy aquí, para apoyarte y ayudar a mejorarte.
Amelia lentamente caminó hacia su hijo y lo abrazó con ternura.
—¿A qué te refieres con descansar, mamá…?
—En un minuto lo entenderás.
Dicho eso, Vincent vio atónito como su madre, a medida que continuaba su camino, se desvanecía lentamente a manera de vapor hasta no quedar rastro de ella. Inmediatamente se escuchó un extraño ruido desde el segundo piso. Subió corriendo y buscó habitación por habitación.
Triste fue ver la escena de una silla tirada, una viga rota, su madre muerta con la columna partida, una soga alrededor de su cuello y el relicario, con la foto de ambos, reposando sobre la cama.

0 comentarios:

Publicar un comentario